Cuando vislumbré la oportunidad de escribir una columna para este blog (hace ya casi un mes), un tema específico me vino a la cabeza: Rusia. Después pensé ser un poco más original. No obstante, en mi afán por contener mi eslavofilia, no he logrado más que verla derramarse en mis dos primeras columnas, como una hamburguesa que se presiona para que le entre en la boca a uno y lo único que consigue es que se chorree la catsup, la mayonesa, alguna rebaba de lechuga y hasta el jalapeño. Para decirlo en pocas palabras; evitar hablar del mundo eslavo, pero sobre todo de Rusia, resulta difícil en estos días, en especial para un eslavófilo férreo como su servidor. Cúlpese, sin embargo, a los hechos que se acaecen día con día, pues hoy Rusia es un país que se encuentra en el ojo del huracán y que en menos de 3 semanas ha arrojado un sinnúmero de noticias singulares a granel. Prometo, pese a todo, ser más original en adelante, como me lo propuse desde un principio.
El pasado 29 de marzo se registraron dos explosiones suicidas en el metro de Moscú; concretamente, en las estaciones de Lubyanka y Park Kultury, con un intervalo de aproximadamente 40 minutos entre ambas. Dos días después, el líder rebelde checheno, Doku Umarov, se atribuyó los ataques. Vamos por partes.
Chechenia es, junto con otras 20 repúblicas, un sujeto federal de la Federación Rusa. Es decir, junto con otras divisiones administrativas (que suman un total de 83), existen 20 repúblicas “autónomas”, que tienen ese carácter jurídico dado que su población es étnicamente distinta a la de Rusia y poseen su propia Constitución, presidente y parlamento. No obstante, forman parte de la Federación. El simple hecho de ser comunidades étnica y lingüísticamente diferentes a la mayoría de las provincias rusas genera, por sí mismo, una tensión inexorable, como es el caso del País Vasco o —en menor grado— Cataluña en España. Yendo más allá, la mayoría de la población chechena es musulmana frente al cristianismo ortodoxo que predomina en Rusia. Otro foco de tensión.
Aunado a ello, existen factores de diseño institucional que acrecientan la tensión. Luego de la crisis de la escuela Beslan, en septiembre de 2004 (asesinato de 300 personas por rebeldes chechenos), el entonces presidente Putin decidió incrementar la presencia del gobierno central en las 83 provincias y formuló una iniciativa que otorgaba mayores facultades al ejecutivo. La iniciativa, hábilmente diseñada, anularía las elecciones para ejecutivos locales en cada una de las provincias (lo cual incluye repúblicas, oblasti, krai, entre otras entidades) con el fin de que las autoridades locales se eligieran ahora desde Moscú. En pocas palabras, desde 2005 ya no hay elecciones locales para elegir gobernadores en Rusia, sólo elecciones parlamentarias, y es el presidente ruso quien tiene la facultad constitucional de elegir al gobernador (o presidente, en el caso de una república). Sin embargo, las dumas (parlamentos) locales deben ratificar al recién ungido, cosa que no preocupa a Moscú puesto que el partido de Putin, Rusia Unida, tiene una abrumadora mayoría en casi todas las provincias (con un aparato de fraude diseñado astutamente por parte del gobierno central, lo cual será motivo de alguna otra columna en el futuro). La repercusión más grande se siente, evidentemente, en las repúblicas autónomas puesto que, a parte de que la autonomía queda violada, el gobierno central podría llegar a imponer elementos ajenos a las características regionales, étnicas, lingüísticas y religiosas. De ahí que haya aún más tensión que la que de por sí asola las praderas chechenas.
Para “acabarla de amolar”, el actual presidente checheno (impuesto, claro, desde Moscú) es Ramzan Kadyrov, un “títere” según los rebeldes chechenos que, al parecer, es el hombre más rico de la región y se ha visto envuelto en casos controversiales de corrupción en apuestas hípicas y hasta escándalos sexuales. Su padre, Ajmad Karymov, también fue presidente tras la creación de la República de Chechenia —antes llamada República Chechena de Ichkeria— en 2003, pero sería asesinado un año después en un bombazo durante un desfile militar.
Un último punto que podría resaltar aún más la tensión que se respira en la nación chechena es el reconocimiento por parte de Rusia de las repúblicas de Osetia del Sur y Abjazia (parte de Georgia) manifestado en 2008 tras una guerra de 9 días en la que Rusia invadió territorio georgiano por intereses meramente económicos: petróleo. Me pregunto si la decisión de Rusia de reconocer la independencia de estas repúblicas no representa una contradicción a su interior y si, además, no era evidente que esa decisión tendría repercusiones como las que se están viendo hoy en día.
No digo que los bombazos de la semana pasada sean producto de este reconocimiento explícito; no obstante, dejo aquí una gama de posibilidades que buscan explicar, en parte, el incidente del pasado 29 de marzo en el metro moscovita. Cada quien elegirá la variable más explicativa para sí o, por qué no, agregará una nueva.
[Sobre el autor: Rainer Matos estudia la licenciatura en Relaciones Internacional en El Colegio de México; también te puede interesar leer su columna sobre "Como en los viejos tiempos".]
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