Se cayó el vaso con agua (o tal vez eso es lo que hubiera querido), se resbaló de su mano (o tal vez eso es lo que hubiera querido), el agua salpicó la banqueta (o tal vez eso es lo que hubiera querido), el vaso no se rompió (no, si quería que se rompiera), rebotó un par de veces y rodó hasta la calle (o tal vez eso es lo que hubiera querido). Se quedó viendo al piso, intentando irse con el agua que corría por la banqueta, intentando ser el vaso y romperse. Era su deseo de desaparecer, de encontrar la señal que le dijera que era hora de irse, no por hoy, no por una semana, de irse de una vez por todas. Pero la plática sobre el sujeto pasional que decapita a Villa en el bicentenario atrajo su atención de nuevo a la realidad: el vaso seguía en su mano, el agua seguía en el vaso, no había tal señal de huida. Era una tercera persona, la persona invitada, el outsider, era la persona desconocida y no tenía ganas de opinar.
Siempre había sido parte de las pláticas nocturnas pero hoy estaba fuera, había alguien desconocido. Había que ser agradable, había que interactuar, era la oportunidad perfecta de indagar en otra faceta de su historia donde un desconocido entra en escena, pero no estaba de humor para eso. No podía sacar de su mente la idea del vaso que se cae pero que no se cae; la idea del agua que se derrama. No había silencio, silencio que ansiaba pero que al mismo tiempo sabía que era inadecuado para ese momento –silencio para conocer, para hacerse presente. Y entonces mira a su alrededor: ahí está él junto al desconocido que es un ella, ahí está abstraído en la plática, sin percatarse de su presencia convertida en ausencia. Su cabeza se llena de preguntas cuando lo mira: ¿acaso había perdido su lugar?, ¿acaso hubo un reemplazo?, ¿acaso su presencia ya era poco requerida? Estaba fuera de lugar, eso y no estar era lo mismo.No hubo tiempo de reparar en lo que ocurría, no hubo tiempo para integrarse en la plática que cambiaba de tópico demasiado rápido como para seguirla. Su pensamiento volvía una y otra vez a buscar la señal, a concentrarse en el vaso que debía caer, en el agua que debía derramarse, en que había alguien más y no sólo eso… alguien más ocupaba su lugar acostumbrado. La señal no se hacía presente: el vaso en su mano estaba inmóvil, el agua no se derramaba, y entonces…no había huida. Con la mirada lo buscaba, él estaba presente pero no se percataba de su presencia; con la mirada buscaba su abrazo, el abrazo que no llegó, que no apaciguó el discurso interno que resulta tan extenuante; con la mirada buscaba descanso, pero no lo halló en aquel lugar. La sonrisa desapareció, la condena de seguir caminando sin respiro se hizo realidad.
La velada terminó: él se había ido, el extraño que era un ella también. Y fue entonces cuando dejó de buscar la señal de fuga, cuando conscientemente reparó en el cansancio que sentía, el cansancio que esta vez no encontró reposo. No hubo contacto, no hubo interacción. En esa noche sin estrellas y sin sentido se encontró en la soledad total.
No hay descanso para quien piensa tanto, no hay descanso sin su abrazo, sin su tacto, no hay respiro sin su palabra siempre certera, sin su silencio que ralentiza los latidos del corazón. No hay tregua si no siente por un momento que es la única persona del mundo, que todo alrededor desaparece, incluso su propio yo, y sólo queda el silencio, los latidos de ambos fundiéndose en uno y su mano para darle fuerza de volver a caminar. El camino es largo y no encontró reposo alguno esa noche. El cansancio venció de nuevo, avivando el sentimiento de querer huir para encontrar alivio en algún otro lado. Demasiado cansancio para sentir tristeza. Aun espera que llegue con sus brazos abiertos y encuentre protección en su regazo aunque sea un instante, aunque sea un momento….
América Quetzalli Vera Balanzario
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