Revista Ágora: De la lucha desigual entre un Estado y una nación: a cincuenta y un años de la insurrección tibetana

De la lucha desigual entre un Estado y una nación: a cincuenta y un años de la insurrección tibetana

. 7/4/10
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La búsqueda de una forma específica de nación –el Estado-nación- ha atrapado los deseos, intereses y aspiraciones de un gran número de sociedades. Sin embargo, en un orden internacional dominado por los agentes que monopolizan el uso legítimo de la violencia, puede que no haya luchas más encarnizadas que las que protagonizan un Estado contra una nación. Hace justamente 51 años, un pueblo, una nación histórica de pleno derecho, se rebeló contra el que consideraba su opresor; las consecuencias de las relaciones entre uno de los Estados más imponentes de la tierra y una de sus naciones históricas más simbólicas en términos religiosos sigue dominando el panorama político asiático. Con una proclama de la liberación del pueblo del Tibet de una teocracia opresora, el Ejército de Liberación Nacional, embebido en la doctrina maoísta de la Revolución China, invadió el Himalaya en 1949. Diez años después, en un día como hoy, ocurrió el levantamiento más grande que haya visto el Estado chino hasta ese entonces, por parte de una población no han.

Los reclamos de Beijing sobre la soberanía del territorio tibetano parecen no resistir la prueba histórica. Durante siglos, ambas naciones fueron claramente distintas, a pesar de las relaciones de vasallaje que caracterizaron al sistema asiático hasta el siglo XIX. La penosa reconstrucción de los Estados Ming y Ch’ing implicó una larga marcha hacia el oeste y hacia el norte; presas de los ejércitos han, perdieron en repetidas ocasiones su autonomía las naciones uigur, mongola y tibetana. El triunfo comunista de 1949 parece darnos un ejemplo más de cómo las realidades geopolíticas llegan a superar a las más “bellas” doctrinas ideológicas: MaoZedong decide ocupar el Tibet.

En Beijing, parece que no se toma en cuenta que un monarca teocrático (líder de una comunidad religiosa de las más importantes), una lengua tan antigua como la china, un conjunto impresionante de tradiciones y el sentimiento compartido de pertenecer a una misma comunidad hacen del Tibet una nación histórica de pleno derecho. Después del levantamiento del 10 de marzo de 1959, las políticas de centralización administrativa y política se han abocado a los intentos de sinización de los tibetanos, lo que ha causado graves problemas entre Lhasa y el gobierno central.

Sin embargo, como en muchos casos, se trata de una lucha por demás desigual; las hordas de ingenieros y capitales rapaces de Beijing han inundado el inhóspito territorio tibetano; la tierra de los Lamas ha visto menguadas sus tradiciones poco a poco: destrucción de hermosos templos, represión contra la comunidad de monjes, ferrocarriles que unen la provincia con el resto de China,universidades han. Todo ello ha ido en detrimento de una nación histórica. Con esto no quiero decir que los intentos de modernización sean negativos, sino que se debe tomar en cuenta el principio universal de autodeterminación nacional, por más utópico que resulte.

Lamentablemente, aunque de comienzo aceptado retóricamente, la autodeterminación ha sido siempre un manojo de buenas intenciones, a menos que forme parte de la agenda de alguna gran potencia (como ocurrió en el caso tibetano en 1959). Por más simpatías que jefes de Estado tengan por la comunidad tibetana, ninguno de ellos es lo bastante audaz (o irresponsable) como para retar directamente al Estado chino. Desafortunadamente, en este caso, la nación y el Estado, contrariamente a lo que se enseña en los cursos de ciencia política, no pueden resultar más antitéticos. Hoy, hace diez años, una nación histórica intentó, por última vez, quizá, aplicar el derecho, supuestamente universal, de la autodeterminación de los pueblos.

Es triste que hoy por hoy se juzgue como caso cerrado la colonización, con ejemplos tan evidentes de violaciones de derechos fundamentales como las del Tibet, al que se le unen el pueblo palestino, el pueblo kurdo, el pueblo tamil, entre tantos otros. A cincuenta y un años de la revuelta en el Tibet, parece un buen momento para recomenzar a reflexionar más a fondo sobre la relación entre los conceptos de Estado y nación, así como en la forma en que los pueblos pueden alcanzar su autodeterminación; después de todo, parece tratarse de un principio universal.

3 Comentarios:

ser dijo...

Bien. Solo que el XIV DL no es el "monarca teocrático" de la RAT, ya que ni es rey, ni es el gobernante elegido por Dios. Checa la nueva constitución de Bolivia, me parece que es un buen ejemplo del respeto a la autonomía de los pueblos que conforman un Edo. Saludos.

Diego Marxías dijo...

Los chinos han de Beijing te dirían que, entre otras cosas, están salvando al pueblo tibetano de un feudalismo religioso y despótico.
No es enteramente cierto, pero tampoco suena a chiste. Efectivamente, la sociedad tibetana tradicional es profundamente desigual y las relaciones de fuerza entre la élite religiosa y el pueblo llano son evidentes.

Por otro lado, no deja de ser aberrante que un enorme país como China no pueda reconocer en forma y fondo su condición multinacional. Como dice Ser, Bolivia lo hizo; y quizá es mucho más justo reflexionar sobre los Estados en términos multinacionales, sobre todo porque difícilmente sería sostenible un Mundo que, geopolíticamente, sea un mosaico de naciones-estado. Defendemos las causas palestina, kurda o chechena porque conocemos el terrible sufrimiento de décadas. Pero defenderíamos también un Estado aragonés, un tártaro... o un estado otomí?

Unknown dijo...

ser, muchas gracias por la aclaración sobre el DL. Creo que tienes mucha razón, Diego, pues las mejoras materiales en la región son indudables. Lo que me preocupa es que los avances económicos y la integración suponen el debilitamiento de manifestaciones culturales muy importantes; como dices, tiene mucho que ver con que esa cultura se vincula a un cierto despotismo religioso y feudal Y sí, la nueva constitución en Bolivia debería ser un ejemplo para muchos Estados multinacionales, porque es una especie de equilibrio entre reivindicaciones nacionalistas y estabilidad y unidad del Estado como un todo. Es curioso que este tipo de problemas esté presente en Bélgica, España, Italia; yo supongo que es una cuestión latente en la mayoría de los Estados del mundo