Nadie quiere tener rastro de porno en el historial de su internet, ¿qué pensaría la gente?, seguro que jamás tienes sexo, que nadie te hace el favor, que eres un gran pervertido o habría que evitar saludarte de mano y esas cosas. Pero entonces, ¿por qué la gente ve porno?
A la gente le gusta el sexo, el sexo desnudo. Le gusta observar y ver dónde queda parado el tabú. Le gusta observar ese mundo de fantasía donde la belleza idolatrada pasa a ser profanada por algún mortal. No es un mundo real, pero como nos gustaría que existiera. Lleva tu mente a un límite a veces desconocido, ¿cuánta violencia acepta tu conciencia? Nos gusta violentarnos, que las imágenes golpeen nuestro instinto más básico de necesidad sexual, que nos inciten a algo, que nos enajenen. Conecta de nuevo, sin vergüenza o cuidado, con lo básico, con lo vulgar, con lo grotesco de la vida –que es también parte de ella. No se ve porno para sublimar la vida, ni el entendimiento.
¿Qué se piensa cuando se ver porno? Puede que sólo sea como un sueño lejano que se siente bien, puede se relacione y ayude a recordar algún evento pasado. Pueden pasar muchas cosas por tu mente, pero cuando regresas a la realidad todo se evapora y queda una extraña sensación de haber reconectado con algo que luego dejaste ir. Hay distintos tipos de espectadores, por lo tanto hay distintos tipos de imágenes para satisfacerlos. Es tal vez la causa exponencial de que cada uno reconozca el vouyerista que lleva dentro. No a todos nos gusta ser observados, pero a todos nos gusta observar. Es también una forma de sacar el enojo interno, no por la falta de sexo, sino por la falta de sentido; y sentir un sinsentido y ver un sinsentido se complementan perfectamente.
Es una forma de observar un abismo tan concurrido, pero poco conocido, de nuestra propia sexualidad. Esa faceta egoísta y violenta, esa faceta de hedonismo puro donde sólo cabe el placer individual, pero que no es políticamente correcta. Nos sentimos atraídos no porque sea una clase de tabú, es algo más profundo, algo más obscuro dentro de nuestra conciencia: es reconocernos frente a algo que inicialmente parece ajeno. Es reconocer parte de nuestra naturaleza. Y es por ello que la gente rechaza la sola idea de pensar en pornografía, ¿a quién no le aterra reconocerse? Y peor aún, reconocerse como un simple individuo egoísta más de este mundo. Al final no somos tan diferentes como pensamos, somos meros individuos que flirtean con sus instintos más básicos pero incapaces de reconocer públicamente que lo disfrutamos; y el éxito clandestino de la pornografía comprueba.
A la gente le gusta el sexo, el sexo desnudo. Le gusta observar y ver dónde queda parado el tabú. Le gusta observar ese mundo de fantasía donde la belleza idolatrada pasa a ser profanada por algún mortal. No es un mundo real, pero como nos gustaría que existiera. Lleva tu mente a un límite a veces desconocido, ¿cuánta violencia acepta tu conciencia? Nos gusta violentarnos, que las imágenes golpeen nuestro instinto más básico de necesidad sexual, que nos inciten a algo, que nos enajenen. Conecta de nuevo, sin vergüenza o cuidado, con lo básico, con lo vulgar, con lo grotesco de la vida –que es también parte de ella. No se ve porno para sublimar la vida, ni el entendimiento.
¿Qué se piensa cuando se ver porno? Puede que sólo sea como un sueño lejano que se siente bien, puede se relacione y ayude a recordar algún evento pasado. Pueden pasar muchas cosas por tu mente, pero cuando regresas a la realidad todo se evapora y queda una extraña sensación de haber reconectado con algo que luego dejaste ir. Hay distintos tipos de espectadores, por lo tanto hay distintos tipos de imágenes para satisfacerlos. Es tal vez la causa exponencial de que cada uno reconozca el vouyerista que lleva dentro. No a todos nos gusta ser observados, pero a todos nos gusta observar. Es también una forma de sacar el enojo interno, no por la falta de sexo, sino por la falta de sentido; y sentir un sinsentido y ver un sinsentido se complementan perfectamente.
Es una forma de observar un abismo tan concurrido, pero poco conocido, de nuestra propia sexualidad. Esa faceta egoísta y violenta, esa faceta de hedonismo puro donde sólo cabe el placer individual, pero que no es políticamente correcta. Nos sentimos atraídos no porque sea una clase de tabú, es algo más profundo, algo más obscuro dentro de nuestra conciencia: es reconocernos frente a algo que inicialmente parece ajeno. Es reconocer parte de nuestra naturaleza. Y es por ello que la gente rechaza la sola idea de pensar en pornografía, ¿a quién no le aterra reconocerse? Y peor aún, reconocerse como un simple individuo egoísta más de este mundo. Al final no somos tan diferentes como pensamos, somos meros individuos que flirtean con sus instintos más básicos pero incapaces de reconocer públicamente que lo disfrutamos; y el éxito clandestino de la pornografía comprueba.
Por América Quetzalli Vera Balanzario
su pasatiempo es hacer barquitos de papel y perderse,
también dicen que estudia en El Colegio de México
su pasatiempo es hacer barquitos de papel y perderse,
también dicen que estudia en El Colegio de México
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