Revista Ágora: Inoculaciones. Licantropía

Inoculaciones. Licantropía

. 21/4/10
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A Licaón, mi padre.

A veces asombra la capacidad criminal del ser humano, al grado que muchos desean imprimirle el calificativo de antinatural, y no sin razones: la naturaleza del hombre es social, el intento de destruir a los demás debe entonces ser una anomalía. La situación que lleva a una persona al intento de homicidio puede ser toda su historia o tan solo unos minutos, pero siempre existe una delgada línea que separa tajantemente lo posible de lo inevitable, y cruzarla puede no requerir más de un segundo. Una vez rebasado ese punto – cuando se guarda la pistola en la mochila, cuando se mantiene el pie presionando el acelerador, cuando decidimos por instinto defendernos con el cuchillo de cocina – ya no hay regreso: la transformación ha ocurrido, priva la bestia sobre el hombre.

El licántropo rebaza los límites que el ser humano intenta fijar a su propia naturaleza. Se define por su único sentido de ser: destruir y exceder las condiciones normales de la vida. Es una criatura con todos los medios para despedazar a sus vecinos, amigos y familiares sin una pizca de duda o misericordia. Ha sido creado justamente para fijar ese punto en que se vuelve inadmisible que un hombre siga siendo hombre, el instante en que hay luna llena y no queda nada civilizado en el engendro. Así, el hombre lobo abandona la sociedad con el objetivo irrefrenable de acabar con ella. Porque de no llamarlo monstruo, nos veríamos obligados a reconocer aquello que nos aterra de él como parte de nosotros.

Su mayor crédito está en su pureza: es un impulso arbitrario e irrefrenable. El hombre lobo es probablemente la única figura del terror, vinculada directamente al ser humano por la metamorfosis, que no ha sido humanizada. Su crimen no tiene justificación alguna: no comparte la inocencia o la ignorancia del Frankenstein que ahoga a una niña creyéndola una flor; no tiene la elegancia seductora ni la tarea diabólica del vampiro clásico; con el moderno no comparte la autocompasión ni el sufrimiento por su condena. Sólo el hombre lobo representa con plena honestidad el deseo atroz de devastar todo lo vivo: de la maldad de aquéllas quimeras a la del licántropo hay un abismo de suciedad que más vale no mirar de cerca. Su conducta no tiene explicación. Es el destilado más perfecto del odio por el prójimo. Y si bien el ser humano es por naturaleza un animal social, subsiste en cada hombre el deseo de destruir a todos los demás.


Como si no fuera suficiente con la furia y el odio ilimitados, el licántropo no tiene quién le derrote: en su historia no hay Van Helsing que ponga su nombre victorioso por encima del mito. La bestia se inventó para no ser vencida nunca. Lo mismo que el hombre, no hay fuerza que se le imponga y lo detenga. No tiene redentor. Durante el día busca advertir a sus seres queridos, salvarlos de él mismo, amarrarse y encerrarse en un sótano, pero sabe que en algún momento saldrá a despedazar a quien se encuentre y que nada ni nadie podrá detenerlo.

El hombre es el lobo del hombre. No necesitamos fantasmas ni demonios. Sobran razones para despreciarnos y temernos a nosotros mismos, pero también para admirar lo cerca que estamos de actos y emociones que solemos reservar para los seres fantásticos. Nos resistimos a aceptar que el deseo de acabar con los otros seres humanos sea parte de nuestra naturaleza, lo volcamos en terrores imaginarios y en personajes inexistentes, intentamos colocar los límites de lo humano en ese punto donde todavía es posible arrepentirse. Pero tal vez hay más de hombre que de lobo en el licántropo. El objeto de nuestro terror nos rodea: nosotros somos el demonio, nosotros somos la bestia. Llevados tanto por pasiones filantrópicas como por puro odio, muchos han dado su vida para acabar con la vida de cuantos se pueda. No hace falta ser adolescente para masacrar a los compañeros de clase, no hace falta haber tenido una infancia terrible para ser asesino serial ni obedecer un principio revolucionario para disparar un arma. El equilibrio es frágil y quién sabe cuándo haya luna llena.

Camila Paz Paredes

1 Comentarios:

Vitorio de Lucitania dijo...

En lo personal considero igual de trágicas el dominio y la humillacián del hombre sobre el lobo que la del lobo sobre este.

Nadie dijo nunca que habia que surgir un ganador de esta lucha existencial; ni siquiera que esa pugna hubiera que terminar algún dia.

Se dice que el lobo solo sale de noche sin tomar en cuenta que también el exceso de luz nos impide ver lo que nos rodea...

Buen texto!