Salvador Flores Rivera
Voy viajando en la línea azul del metro, la que corre de Taxqueña a Cuatro Caminos, imaginando las distintas preocupaciones que aquejan a las personas desconocidas que viajan en mi vagón. No puedo evitar observar como los viajeros van leyendo su Gráfico, aquél que puedes llevarte por sólo $3, y echándole una mirada al periódico del transeúnte de lado recordé que la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) está discutiendo la llamada reforma política para el Distrito Federal.
La reforma política es uno de los principales temas en la agenda legislativa del actual periodo ordinario de sesiones, sin embargo, cada fracción parlamentaria tiene diferentes puntos de vista que hace difícil que los actores involucrados se pongan de acuerdo para tomar decisiones.
La postura de cada uno de los tres partidos políticos más importantes en el Distrito Federal (DF) depende de su papel actual en el sistema político: el PAN planea una reforma política que beneficie al Ejecutivo federal y al Congreso para tener cercado al Gobierno del Distrito Federal (GDF); el PRD piensa que siempre tendrá la Jefatura de Gobierno y la mayoría en la ALDF por lo que busca la eliminación de ataduras al primero; el PRI, o por lo menos la propuesta de la senadora María de los Ángeles Moreno, está encaminada en dar ciertas libertades al GDF y a la ALDF , pero elimina cualquier posibilidad de tener una constitución estatal, lo cual implica una posición de liberalización, pero gradual.
Ningún actor piensa en un diseño institucional que equilibre las distintas fuerzas políticas, en beneficio de la gobernabilidad, ante constantes cambios en el sistema. Todos piensan en mantener las ventajas individuales que tienen del actual diseño institucional y, además, tratan de cambiar aquéllas que les son desventajosas. En este caso, el juego queda empatado y no hay nada para nadie. ¿Qué se necesita para desempatar el juego?
De cualquier manera, es hora que el Distrito Federal sea el estado 32; es hora que tengamos nuestra propia constitución local; es hora que la deuda contraída por la capital del país sea establecida en su Poder Legislativo local y no por el federal; es hora que el Jefe de Gobierno pueda elegir libremente a su procurador y a su secretario de seguridad pública sin tener que mostrarle una terna al presidente en turno; es hora que un juicio de desafuero al Jefe de Gobierno se lleve a cabo en la ALDF y no en la Cámara de Diputados federal. En fin, es hora de ir rompiendo inercias de un diseño institucional hecho a modo para que los Poderes de la Unión tuvieran injerencia en la capital del país.
Los veo en la próxima estación, yo me bajo en Allende y mientras espero a los amigos para ir a Los Jarritos voy a escuchar al grupo musical integrado por invidentes aquí afuera del metro. ¡Qué bien tocan estos canijos!
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