Revista Ágora: Para encontrar la sonrisa perdida

Para encontrar la sonrisa perdida

. 28/4/10
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A quien me regaló unos crayones con la fe de que hay colores que vuelven.

Perdí mi sonrisa. No esa expresión casi automática, ese esbozo de comunicación que se comprende a través de las experiencias más tempranas de la vida, convertida desde tiempos inmemoriales en cliché de bienaventuranza. Yo perdí la otra, la que salía de lo más hondo de las entrañas, casi inconsciente e imperceptible para mí misma, pero cuya pérdida me ha dejado en el vacío y el desasosiego. Nunca fue tan evidente su existencia hasta que la perdí, quedándome en los labios una mueca torcida y dolorosa como una cicatriz. Intento desesperadamente recuperarla y es en este punto donde la búsqueda comienza, donde renuncio al descanso y vago por las avenidas intentado atraparla de nuevo cual mariposa cuando se era niño.

Una sensación de despojo surge cuando la sonrisa se pierde: se desmoronó mi refugio, se escondieron las estrellas y el único deseo que quedó fue el de poner la cabeza en las vías del tren –aunque desgraciadamente inexistentes en estos tiempos– o el de aventarme de un décimo piso –al menos hasta que alguien mencionó que al caer puedes explotar y salpicar con tus viseras a la gente que pase cerca. La búsqueda de la sonrisa se tornó complicada, una búsqueda difícil, abstracta, más cercana a una quimera que a la realidad. Intenté encontrar una fórmula para sonreír; robarla furtivamente a algún incauto, arrebatarle el motivo de su risa en la calle, en el metro; traerla desde algún recuerdo, pero lo único que llegó fue la melancolía inútil de lo que ya no es. Intenté también cerrar los ojos para ver si estaba adentro, creyendo ingenuamente que se escondía sólo por malicia; busqué desesperadamente en los sueños hasta darme cuenta que el día que perdí la sonrisa, también los perdí a ellos; probé rodearme de gente para mitigar la soledad pero tampoco así llegó la sonrisa; y ya como último recurso, intenté olvidar. Pero después de esto, me sentí aún más perdida, aun más lejos de mi sonrisa que antes…

Y es que en realidad, no hay fórmula para sonreír de nuevo. No funciona la racionalidad, no se trata de cordura, ni de hechos comprobables empíricamente, no existe el método científico. Recuperar la sonrisa perdida requiere valor, valor para salir a buscarla y fracasar en el intento. Valor para salir de nuevo y después de mucho caminar, regresar a revolver mi casa hasta darme cuenta que tampoco está en el closet o guardada en alguna cajita o detrás de algún librero.

Para encontrar mi sonrisa, he dejado de buscarla. Surgió de nuevo el asombro, el asombro por las cosas pequeñas: la posición de las estrellas, el olor a frío, el color del sol, los lunes, los martes, los eneros y los diciembres. Sólo se requiere asombro, por lo que sea, por lo que se quiera, por todo y por nada. Pero también necesito esperanza, certeza de que siempre hay esperanza, porque aunque Nietzsche afirme que “es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”, aunque se crea que por fundarse en lo incierto, en lo desconocido, no vale la pena, la verdad es que nadie conoce nada –que es todo. Reconozco en mí esa incertidumbre inherente a la existencia humana, y es aterradora. Por eso estoy parada al borde del abismo, abrazando mi esperanza –que es incertidumbre–, observando mi fragilidad y entonces aquí, en este preciso instante, siento que encontraré la sonrisa, la sonrisa perdida… Para eso sirve la esperanza, para dejar de buscar y dar un paso al frente.

América Quetzalli Vera Balanzario

3 Comentarios:

Víctor A. dijo...

Te agradezco, personalmente, eso que escribiste.

lidice dijo...

Ame...a mi me encanto, a vrai dire je suis en train de pleurer jejeje esta hermoso de verdad, no tiene nada de cursi.

MermotA dijo...

Realmente dia con dia.. me sorprendes.. y a diferencia de ti, me he quedado sin palabras. sigue asi :)