Revista Ágora: Santiago

Santiago

. 9/10/09
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Manuel Scorza, escritor y periodista peruano, publicó en 1971 una de las novelas más importantes de la literatura latinoamericana, Redoble por Rancas. En palabras de Scorza, “este libro es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron”.

El periodista narra la batalla de los habitantes de Rancas contra la United Fruit Company por la apropiación de sus tierras, ante el desprecio cómplice de las autoridades. La huida masiva de los animales del pueblo, las caras de los pobladores cambiando de color –verde, morado, amarillo–, el cerco que crece de noche por alguna fuerza oscura: imágenes que se antojan producto del realismo mágico, y que adquieren una cruel y tangible realidad en esta novela.

Hoy, una frase leída por descuido me recordó Redoble por Rancas. “se cuenta cómo, después de establecerse la fábrica, corría el río de colores: rojo, morado…”. Se trata del Río Santiago, en Jalisco. Dos pueblos dependen de é: El Salto y Juanacatlán, habitados por unas 26 mil 579 personas. Varias empresas farmacéuticas y Nestlé tienen grandes fábricas a lo largo del río. Sus desechos de ácido sulfhídrico hacen de Santiago el río más contaminado de América Latina.

La tragedia azota a los habitantes (por aquí un documental: parte 1, 2, 3, 4). Además de fuertes dolores de cabeza, fatiga permanente y una probabilidad creciente de desarrollar cáncer, los pobladores de El Salto y Juanacatlán, y sobre todo los niños, están expuestos a problemas neurológicos. “La toxicidad del ácido sulfhídrico es similar a la del cianuro, bloquea la capacidad de carga del oxígeno de la sangre, inhibe el centro respiratorio en el cerebro y bloquea el metabolismo aerobio de las células”.

Como en Rancas, las autoridades se niegan a actuar, en una combinación de arrogancia, promesa y corrupción. Los esfuerzos de los pobladores y de algunas asociaciones civiles –en especial del Comité Ciudadano de Defensa Ambiental de El Salto- avanzan lentamente y con dificultades, mientras la vulnerabilidad crece como aquél cerco en los Andes.

“Es el olor que penetra hasta el tuétano, desde que uno pasa la delgada línea imaginaria fronteriza entre Tlaquepaque y El Salto. Es el olor que me ocasiona dolor de cabeza y un lagrimeo involuntario desde que llego al Salto. Es el olor que se impregna en mi ropa y en mi cuerpo cuando me retiro del lugar. Un olor que me azota, del encabronamiento total hasta la tristeza por la impotencia”.

Quizá en unos años algún periodista cuente la historia del Río Santiago. Quizá una novela fascinante despierte a la opinión pública en un alarido de indignación por los infortunados. Quizá las autoridades reaccionen, ordenen limpiar el río y corran a las empresas que marcaron su tragedia. O quizá suceda como en Rancas, y el municipio deba construir un nuevo cementerio.

*Todas las citas vienen de: Mauricio Ferrer,
“El Salto y Juanacatlán: Historias de un Chernobyl mexicano”.

[Sobre la autora: María Fernanda López Portillo estudia Política y Administración Pública en El Colegio de México y es presidenta del Consejo Editorial de la revista de Ágora.]

1 Comentarios:

* dijo...

María Fernanda:

Lindo recuerdo el que nos traes de Scroza. Recuerdo haberlo leído en la preparatoria como si se tratase de un secreto. Sólo después supe que había compañeros de ruta donde menos uno se los esperaba, por ejemplo, en la banca de atrás.

Abrazos,

H.F.