La administración pública hace constantes guiños a la moda. El gobierno adquiere y se desprende de ideas, programas y vocablos como si fueran pañuelos de temporada. “Enfoque a resultados”, “satisfacción del cliente”, “corresponsabilidad”, por ejemplo, son términos repetidos sin cesar en el gobierno de Calderón. Pero algunas ideas sobreviven los cambios de guardarropa. Inconfesables y disfrazados, el asistencialismo, el centralismo y la creencia en la inevitabilidad de la pobreza reposan bajo las faldas de la acción gubernamental.
Un ejemplo de esto es el programa Oportunidades, carta de presentación de la política social desde hace varios sexenios. El BID felicitó a México por el programa, y promovió su pronta aplicación –con las modificaciones “contextuales” justificativas, claro– en otros países de la región. No obstante, Oportunidades no es la solución a la pobreza extrema.
El programa no es sustentable a largo plazo. La falta de educación, alimentación, renta y salud son rasgos de la pobreza. Para Amartya Sen, el combate a estos rasgos, aunque necesario, no es suficiente para mejorar, de forma estructural y a largo plazo, las malas condiciones de vida. Muestra de esto es la reincidencia en la pobreza de las familias que recibieron unos años los beneficios del programa y, por haber superado la famosa “línea de pobreza” (medida hueca y, en mi opinión, perniciosa para la creación de programas integrales y efectivos), dejan de recibir el ingreso de Oportunidades.
Pese a la “cientificidad” del proceso de selección de los beneficiarios, el programa disuelve lazos comunitarios vitales para sobrellevar malas condiciones de vida ya que, en esencia, es una transferencia directa de dinero a algunas familias. El arraigo comunitario se ve amenazado por distinciones monetarias dentro de la comunidad, concedidas por un gobierno central.
Como Oportunidades, las grandes ideas de los 113 otros programas sociales federales en México son efímeras, muchas veces repetitivas y sin contenido.
Siguiendo un viejo proverbio de la moda, para mantener la analogía, “lo que importa es la actitud”. Dada la predilección por la superficialidad de nuestro gobierno, los programas deben diseñarse en términos de “actitudes”: prácticas institucionalizadas que cambien en sustancia la forma en que se percibe el desarrollo en nuestro país. Esto se centra, sobre todo, en no construir la política social en un cubículo de academia u oficina. El contenido del programa, sus metas y formas de acción, deben venir de la gente a la que se dirige.
Combatir la pobreza inicia y termina en el desarrollo comunitario, no en su disolución; en el fortalecimiento de las capacidades de los individuos, no en la imposición de un modelo de vida ajeno; en la mejora del espacio físico y social donde viven las personas.
Dice Julieta Campos “La meta no puede ser el espejismo de un progreso inalcanzable que proporcione acceso a los paradigmas ofrecidos tentadoramente por la sociedad de consumo, sino un bienestar sobrio y suficiente: frugal, pero que abra espacios para los satisfactores materiales y, a la vez, para la libertad y la expansión del espíritu”.
Para leer sobre la Evaluación externa del programa Oportunidades 2008:
Julieta Campos, “Ningún Leviatán”, Letras Libres, noviembre 2004.
La moda como vocación
Los Monosílabos
Los poderosísimos, pesados
monosílabos helados,
algo metálicos;
elocuentes en su falta de generosidad.
Cuando se usan sin remordimiento,
cuando se pronuncian sin trabajo,
hasta con descaro y un gusto falso,
se ha llegado a una etapa más alta de sinceridad,
de sinceridad cobarde,
pues son más bien un grito, un reclamo
por no poder vomitar mil palabras en un segundo,
esas mil palabras en ese segundo
e inundar todo el espacio
hasta, tal vez, destruir el mundo.
Luis Echeverría, en la revista Ágora
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Diana Ortiz, "La política tercermundista de Luis Echeverría", Sexto número de Ágora.
El crack económico en Chile y Cuba, en la revista Ágora
Pablo Coss Flores, "Ante la gran depresión: el "crack" económico en Chile y Cuba", Sexto Número de Ágora.
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Perón y su legado político, en la revista Ágora
Juan Domingo Perón dejó huellas tan profundas en la Argentina del siglo veinte que la historia del país austral bien podría dividirse en antes y después de Perón. El general ejerció una poderosa influencia en las formas de hacer política, en el tejido institucional, en la sociedad, en el papel del Estado, en la cultura y en el sistema político. Sin embargo, el legado de Perón es más que el resultado de la voluntad de un sólo hombre: es el entramado de sus acciones, las de otros actores, las condiciones estructurales y el “peso de la historia” (path dependency).
Pablo Rodrigo Barriga Dávalos, "Perón y su legado político", Sexto número de Ágora.
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En la revista Ágora
José Alberto Moreno Chávez, "Una alteridad paradójica: catolicismo y nacionalismo en la unificación alemana", Sexto número de Ágora. Leer el artículo.
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Discurso de Ludwig Windthorst ante el Parlamento